Hoy Soy la Mosca de Obama
Estoy muerta. Era consciente de que mis expectativas de vida al llegar a este mundo no superaban de media las dos semanas pero tenía una prima en Connecticut que llegó a vivir un mes. Por eso me ilusioné pensando que, con un poco de suerte, podría duplicar mi presencia vital en este mundo. Nada mejor que residir junto al presidente de los Estados Unidos. Su interés prioritario por lograr acuerdos de paz en Oriente Medio, su deseo expreso de crear nuevos vínculos con las autoridades cubanas, su obstinación por finiquitar Guantánamo me animaron a compartir mi existencia cerca de Barak, hombre no beligerante. Conviví con él en la Casa Blanca, que convertí con agrado en mi nueva residencia. Viajé en limusina, disfruté de sus discursos, dormí en su alcoba e incluso alguna mañana me colé en su retrete, atraído por el olor a mierda presidencial. Pero, sobre todo, consciente del privilegio de vivir a su lado, siempre me impuse una norma: no incordiarle. El problema es que soy una mosca. Y las moscas somos cojoneras porque lo llevamos en los genes. Así que durante aquella entrevista de la cadena de televisión CNBC se me fue la olla. Que si un vuelo rasante a media altura, que si un provocador paseo frente a sus narices, que si una inoportuna parada en su mano izquierda. Me avisó y no le hice caso. Todo ocurrió en un abrir y cerrar de ojos. Su mano derecha cayó sobre mí y no tuve tiempo de reacción. Me ha matado el presidente de los Estados Unidos. No sé si sentirme orgullosa por fallecer a manos de un mandatario que ha hecho de las actitudes dialogantes su bandera o lamentar mi mala suerte por ser el primer ser vivo que fallece por una acción directa suya. Destino de mierda.
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