Hoy Soy María D´Antuono


Cuando noté que la tierra temblaba se me vino el mundo encima. Morir, a mi edad - tengo 98 años-, no es algo que me obsesione.  Pero no acabar los calcetines de lana que llevo días tejiendo es un castigo que no merezco. Si he de palmarla, que sea con los guantes puestos. Y con el jersei que tejí hace unos días para mi nieto. Y con la chaquetita de punto para mi nuera. Y con los calzoncillos de macramé para mi hijo.  Hacer ganchillo durante treinta horas ha sido mi tabla de salvación.  
Recuerdo aquel terremoto de hace unos años en algún país asiático de influencia musulmana. Tras cuatro días sepultada bajo un montón de escombros, los equipos de rescate encontraron a una mujer con vida. Y ahí estaban también las cámaras de televisión para dejar constancia de aquel momento de esperanza. Ella, que había pasado tantas horas bajo centenares de piedras, ella que le vio las orejas al lobo, ella que sollozó durante más de setenta horas, volvía a ver la luz. Pero no olvidaré jamás su primer gesto al comprobar que había periodistas frente a ella. Se dio media vuelta y se colocó su velo.  Ese fue su primer gesto. Nada de sollozos, nada de abrazos, nada de agradecimientos. Aún hoy, aquella imagen me acompaña. 
La capacidad del ser humano ante situaciones que le llevan al límite no dejará jamás de sorprenderme. Yo me dejé seducir por el ganchillo. Entre agujas, hilo de coser y ovillos de lana, nunca perdí la esperanza en ser rescatada. Sólo así se puede llegar a entender porqué la vida es tan grande.  

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